Iglesia de Perpetuo Socorro

Nuestra parroquia ha construido
un espacio funerario
donde acoger las cenizas
de nuestros hermanos en la Fé

Columbarios Parroquiales

 

¿Quiénes somos?

  • Somos misioneros seguidores de Jesús Redentor
  • Fundados por San Alfonso (1732)
  • Ofrecemos explícitamente la Buena Noticia del Evangelio
  • Vivimos en comunidad
  • Nuestro método propio son las Misiones Populares y las Misiones en países del Sur
  • Acompañamos comunidades con iniciativas audaces que impulsen el compromiso de los creyentes

Con un carisma propio

Misión

  • Es continuar la Misión de Jesucristo
  • Dedicados al anuncio misionero del Evangelio
  • Atendemos las urgencias pastorales de la Iglesia

Popular

  • Con un lenguaje sencillo y cercano
  • Con dinamismo, audacia y creatividad
  • En itinerancia, hasta donde haga falta llegar
  • Al lado de las dificultades y esperanzas de la gente, especialmente los más sencillos y débiles

Comunidad apostólica

  • Somos una familia formada por religiosos, sacerdotes y laicos
  • Animamos parroquias y comunidades con iniciativas misioneras
  • Estamos presentes en 76 naciones

Por los abandonados

  • Ofreciendo el Evangelio a los que no conocen a Cristo
  • Profundizando en la teología moral al servicio de las necesidades de la Iglesia
  • Acompañando a los jóvenes en su crecimiento en la fe y en su búsqueda vocacional

Y así comenzó esta historia

La Congregación del Santísimo Redentor fue la respuesta de San Alfonso a la llamada de Jesús desde los pobres. El año 1730, Alfonso se sintió agotado del trabajo misionero que desarrollaba en Nápoles, por aquel entonces la tercera ciudad más grande de Europa. Los médicos le obligaron a guardar reposo y a respirar el aire limpio de la sierra. Con un grupo de compañeros se dirigió a Scala, en la “Costa Divina” de Amalfi, con la mar turquesa y encendida de luz. En lo alto se encontraba el santuario de Santa María de los Montes, un lugar delicioso para el descanso y para la contemplación junto a la Madre del Señor: altura, belleza, y, al fondo, el mar…
Pero Scala era también pobreza. En las montañas vivían grupos de pastores y cabreros que se acercaron a los misioneros pidiéndoles el Pan de la Palabra, el Evangelio. Alfonso quedó sorprendido al escuchar su grito de ayuda y recordó el lamento del profeta: “Los pequeños piden pan; pero no hay quien se lo reparta” (Lm 4, 4). Antonio María Tannoia -su primer biógrafo-, nos dice que, al partir de Scala, Alfonso dejó parte de su corazón con los pastores y cabreros y lloraba pensando el modo de ayudarles.
En Nápoles rezó mucho, consultó, pidió ayuda para ver claro… Al fin, comprendió que debía volver a Scala. En Nápoles había pobreza… él la había compartido con los marginados de Las Capillas del atardecer; pero eran muchos los nobles y clérigos que pasaban al lado de los pobres y podían ayudarles a salir de la marginación. En Scala los pobres estaban solos, totalmente abandonados. En la época de Alfonso, el llamado Siglo de las Luces o la Ilustración, los campesinos eran el grupo más despreciado de la sociedad: “no se les consideraba hombres como a los demás…, eran el oprobio de la naturaleza”. Por eso Alfonso eligió estar a su lado, compartir su vida y regalarles, a manos llenas, la Palabra de Dios.
De nuevo escribe Tannoia: “Seguro Alfonso de la voluntad de Dios, se animó y armó de coraje. Haciendo a Jesucristo un sacrificio total de la ciudad de Nápoles se ofreció a pasar sus días entre los apriscos y las chozas y a morir allí rodeado de aldeanos y pastores… Con la bendición de su director, monta en la cabalgadura de los indigentes y, sin hacerlo saber a sus parientes y amigos más queridos, deja Nápoles y, a lomo de burro, se va a la ciudad de Scala.”

San Alfonso, entregado a la evangelización de los más abandonados

El 9 de noviembre de 1732, Alfonso María de Liguori fundó, en Scala, la Congregación del Santísimo Redentor “para seguir el ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo anunciando a los pobres la Buena Noticia”. Todo consistió en una larga meditación, la celebración de la Eucaristía y el cántico del Te Deum: apertura al Espíritu, compartir el Amor de Dios con nosotros y acción de gracias, como María de Nazaret: la madre de la Misión y de la nueva congregación misionera. Alfonso tenía 36 años. Su vida se hizo comunidad, ofrenda total a la misión y servicio a los más abandonados.
Muy pronto comenzaron las diferencias y varios dejaron el pequeño grupo inicial: no aceptaban la misión a los pobres, y vivir en comunidad, como única opción de seguir a Jesús. Pocos días después, estaban juntos las cuatro columnas de la congregación naciente: San Alfonso, César Sportelli, el hoy Beato Genaro Sarnelli y el H. Vito Curcio, persona entrañable que sólo supo de fidelidades a Cristo, a la misión, a los hermanos y a Alfonso. El año 1749 el Papa Benedicto XIV aprobó la congregación.
Los Redentoristas vivimos en comunidades misioneras, abiertos a la acogida y a la oración, como María. Por medio de las misiones, ejercicios espirituales, parroquias, apostolado ecuménico, santuarios marianos, ministerio de la reconciliación y la enseñanza de la Teología Moral proclamamos la Redención abundante del amor de Dios nuestro Padre: en Jesús “habitó entre nosotros” para hacerse misericordia entrañable y Palabra de Vida que alimenta el corazón humano y le da razones para vivir y construir su historia en libertad y solidaridad con los demás. Y, como Alfonso, hacemos una opción muy clara en favor de los más pobres: afirmamos su grandeza y dignidad y creemos que son los destinatarios preferidos de la Buena Noticia.
Cerca de 6.000 Misioneros Redentoristas trabajamos en comunidades de misión en 76 naciones de los cinco continentes, ayudados por muchos hombres y mujeres que colaboran en la misión y forman la Familia Redentorista. “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro” es el icono misionero de la Congregación.

San Alfonso María de Liguori
Fundador de los Misioneros Redentoristas
Obispo y Doctor de la Iglesia

Un joven admirable

San Alfonso María de Liguori, con treinta años, era sacerdote, estaba trabajando con los pobres y formaba parte de un equipo misionero en la diócesis de Nápoles (Italia), en aquella época la tercera ciudad más grande de Europa. Había nacido en 1696 en el seno de una familia de una cierta nobleza, y como era el hijo mayor, sus padres esperaban que aumentara con fama y éxito el honor familiar. De hecho, su padre era capitán de galeras del Rey, y para Alfonso había decidido un futuro dentro de la Justicia.
Con 16 años, Alfonso obtenía los títulos de Doctor en Derecho Civil y Canónico, con una amplia cultura en los campos artístico, científico y musical. Su fe, asumida de manera natural en el entorno familiar, se alimentaba en los grupos juveniles que acompañaban los Padres Filipenses -Girolamini- y en el compromiso con los enfermos del Hospital de los Incurables, que visitaba cada día.
Fue un abogado de éxito, por juventud y preparación, pero pierde un juicio amañado desde el principio, y se pregunta por el sentido de su vida. Sus palabras al salir del juicio: “¡Mundo, te conozco! ¡Adiós, tribunales!” están hoy en día escritas en una de las paredes del Palacio de Justicia de Nápoles. Alfonso experimenta la llamada de Dios, y decide responder haciéndose sacerdote. Renunció a su profesión e inició los estudios eclesiásticos, a pesar de la fuerte oposición paterna. El 21 de diciembre de 1726 recibió la ordenación sacerdotal. Tenía 30 años.

Un cura poco corriente

Su padre al principio rechaza su opción por la vida sacerdotal, y no se hablan, aunque viven en la misma casa. Pero la posibilidad de que Alfonso ocupara importantes puestos en la Iglesia Napolitana hizo cambiar su parecer. Sin embargo, Alfonso decide ir a vivir con otros sacerdotes a los suburbios de la ciudad -llenos de pobreza y marginación-, y organiza grupos creyentes de oración, las llamadas “Capillas al Atardecer”. Con ellos inició la experiencia fascinante de escuchar, acoger y ofrecer la Buena Noticia en la calle, bajo la tenue luz de las estrellas, cuando los trabajadores regresaban a sus hogares. Las Capillas del atardecer, dirigidas por los mismos jóvenes marginados, fueron una opción por el cristiano de a pie y por el pueblo pobre. Eran lugares de encuentro y oración, de creatividad, de escucha de la Palabra de Dios y de promoción humana. A su muerte existían 72 capillas con más de 10.000 participantes. Al mismo tiempo, Alfonso participa en un grupo de misioneros de la diócesis, que hacen pequeñas campañas de misión en las zonas alejadas de la capital. Y piensa, como el mayor de los deseos, en ir a China y allí entregar su vida por Cristo.
Mucho trabajo y poco descanso agotan a Alfonso, que es obligado a reposar por los médicos. Y en medio de su recuperación, en Scala, un pequeño pueblo de la costa de Amalfi, de nuevo Dios le llama: a partir de ahora, Alfonso será misionero de los pobres abandonados de las zonas rurales. Porque las ciudades tienen de todo, incluso personas comprometidas con sus pobres. Pero los pueblos no tienen ni sacerdotes, que prefieren vivir en Nápoles.

Fundador de los Redentoristas y pastor del pueblo pobre

El 9 de Noviembre de 1732, en el mismo lugar donde Alfonso conoce la voluntad de Dios, Scala, nace la Congregación del Santísimo Redentor, con un puñado de compañeros. Ellos, sacerdotes de ciudad bien preparados, aprenden a vivir con los campesinos para llevarles a Cristo. Optan por seguir a Jesús desde la humildad y la vida común. Siempre en camino, misioneros de las Buenas Noticias de Dios.
Esta primera comunidad se convirtió, después de muchas dificultades, en un nuevo carisma religioso reconocido por la Iglesia. El Papa Benedicto XIV aprueba la Congregación Redentorista el 25 de Febrero de 1749, y se afronta la necesidad de un grupo misionero dedicado a la evangelización de las personas más abandonadas.
Los Redentoristas son reclamados por varias diócesis para evangelizar a los más pobres y abandonados, al mismo tiempo que san Alfonso compone obras literarias y musicales para educar al pueblo creyente en la fe. El villancico más famoso de Italia, “Tu scendi dalle stelle”, es obra de Alfonso, y hasta el genial Verdi decía que no había navidad en italia sin esta canción. En la madurez, Alfonso ve crecer la congregación con jóvenes vocaciones que se entregan por completo a la evangelización de los pobres. Como hombre moderno, utiliza todos los medios para que los frutos de la misión popular continuen en los lugares por donde han pasado los Redentoristas: oraciones, métodos, cantos, visitas al Santísimo, etc.
La preocupación por la reconciliación en las personas sencillas, a menudo apesadumbradas por el fatalismo y la concepción de pecado, y la urgencia de formar a los seminaristas de su Congregación, provocan que Alfonso comience una seria reflexión teológica. Así nace su gran aportación a la Iglesia, la Teología Moral, donde Alfonso propone una nueva visión de la ética cristiana. Combate el rigorismo moral de los jansenistas y establece las bases de una moral católica sin rebajas, pero llena de misericordia y compasión divina. También edita libros de espiritualidad que hoy tienen repercusión universal: Práctica de amar a Jesucristo, El gran medio de la oración, Las glorias de María, Visitas al Santísimo, etc.

El obispo santo

Cuando San Alfonso pensaba que su vida comenzaba a declinar, es elegido Obispo de Santa águeda de los Godos (Italia). Rechaza varias veces el mensaje del Papa por sentirse viejo y enfermo, pero al final acepta la voluntad de Dios. Es consagrado Obispo en 1762. No fue un obispo convencional: seguía empeñado en las misiones, en la atención a los pobres y en el cuidado de todos sus sacerdotes.
Después de 13 años, en 1775, renuncia a la diócesis para retirarse a la comunidad redentorista de Pagani (Salerno), machacado por una dolorosa artritis deformante. El 1 de Agosto de 1787, en la Comunidad Redentorista de Pagani, mientras sonaban las campanas convocando al rezo del ángelus, Alfonso moría, con 91 años. La Iglesia ha reconocido en él a una de sus grandes figuras: fue canonizado el año 1831, proclamado Doctor de la Iglesia en 1871 y Patrono de los Confesores y Moralistas el año 1950.

Un hombre de su tiempo

En el siglo XVIII, el llamado “siglo de las Luces” o época de la Ilustración, la Iglesia vive un enfrentamiento con los grandes filósofos de la época. Es la vuelta a la Razón, y muchos pensadores creen que la Iglesia mantiene al pueblo en la ignorancia, carente de pensamiento. Sin embargo, la figura de Alfonso María de Liguori es la de un hombre totalmente comprometido con su época. Con una amplia formación en todos los campos ciéntificos, culturales y artísticos, Alfonso desarrolla con creatividad todas sus cualidades, siempre al servicio de la evangelización. Era pintor, escritor, arquitecto, compositor, pensador, músico, teólogo, director espiritual.
Alfonso fue un enamorado de la belleza toda su vida: puso su creación artística y literaria al servicio de la misión a los más pobres y así lo pidió a sus misioneros. Escribió más de 120 obras de espiritualidad y de teología. Es uno de los autores más leídos en la historia de la Iglesia: sus obras superan las 21.500 ediciones y han sido traducidas a 72 lenguas. El Museo Británico de Londres tiene expuesta la partitura original de su obra musical “Duetto de la Pasión”. Sus libros de teología moral han sido estudiados por generaciones en los centros teológicos y seminarios de todo el mundo. Sus canciones se siguen cantando en muchos lugares de Europa y América. Sus libros de espiritualidad aún llegan a millones de católicos.

El Doctor de la Iglesia, Patrono de Confesores y Moralistas

La oración, el amor, el encuentro con Cristo y el estudio de las necesidades pastorales del pueblo han hecho de Alfonso uno de los grandes maestros de la vida interior y del seguimiento de Jesús.
G. de Luca, acaso el mejor historiador de la espiritualidad italiana, escribe: “Alfonso, en sus obras, se atrevió a proponer la perfección a los más humildes y sencillos. La grandeza de Alfonso, única y sin par, hay que buscarla en su cercanía al alma popular que sabe cultivar maravillosamente… Sin parecerlo, puso en boca de todos, aun de los analfabetos, las palabras de Teresa de ávila y Juan de la Cruz… Creó en los sencillos un corazón de santos y de grandes santos. Sus palabras, como las de Jesús, permanecieron entre la gente más pobre y desasistida”.
Pero la mayor aportación de Alfonso a la Iglesia y a la cultura se dio en el campo de la reflexión teológico-moral, donde destaca su magna obra Teología Moral. Esta obra nació de la experiencia pastoral de Alfonso, de su capacidad de respuesta a las preguntas del pueblo y del contacto con sus problemas. Se opuso al legalismo estéril que arrastraba la teología y rechazó el rigorismo de la época, cultivado de forma especial por las élites del poder. Para Alfonso, eran caminos cerrados al Evangelio porque “tal rigor nunca ha sido enseñado ni practicado por la Iglesia”. él supo poner la reflexión teológica al servicio de la grandeza de la persona –especialmente herida y golpeada-, de la conciencia moral y de la benignidad evangélica. Los Redentoristas españoles continúan esta misión de Alfonso en el Instituto Superior de Ciencias Morales (Madrid).
A propósito del rigor excesivo, a veces ejercido en el sacramento de la Penitencia, que él llamaba “ministerio de gracia y de perdón”, solía repetir: “Así como la laxitud, en el ministerio de las confesiones, arruina las almas, también les es dañosa la rigidez. Yo repruebo ciertos rigores, no conformes a la ciencia, y que sirven para destrucción y no para edificación. Con los pecadores se necesita caridad y dulzura; éste fue el carácter de Jesucristo. Y nosotros, si queremos llevar almas a Dios y salvarlas, debemos imitar no a Jansenio sino a Jesucristo, que es el Jefe de todos los misioneros”.
San Alfonso fue el gran amigo del pueblo, del pueblo bajo, del pueblo de los barrios pobres de la capital del reino de Nápoles, el pueblo de los humildes, de los artesanos y, sobre todo, la gente del campo. Este sentido del pueblo caracteriza toda la vida del Santo, como misionero, como fundador, como obispo, como escritor… San Alfonso es una figura gigantesca no sólo de la historia de la Iglesia, sino de la misma humanidad. (Juan Pablo II).

Santa María del Perpetuo Socorro

El misterio de los iconos

Los iconos nos vienen de Oriente: de Bizancio o de su imperio. La iconografía bizantina es un arte sagrado basado no sólo en criterios estéticos, sino sobre todo, místicos. Los iconos orientales no son meras imágenes pintadas o esculpidas para fomentar la piedad popular o para adornar la casa. Son verdaderos objetos de culto, una presencia invisible, pero real, a quien invocar y ante la que podemos rezar. El pintor de iconos quiere ser un artista inspirado, un intérprete del Espíritu Santo, más que un artista técnicamente perfecto. Pretende crear una atmósfera espiritual y mística y sumergirnos en ella, transmitir un mensaje religioso, al desvelar una faceta de algún misterio de Cristo, de la Virgen o de algún santo. Por eso, antes de realizar su obra, se entrega seriamente al ayuno y a la meditación.
Algún autor se atreve a llamar al icono “sacramento”, en cuanto signo eficaz de una presencia que se ofrece al creyente en la medida de la acogida que le dispense. La finalidad del icono es despertar en el espíritu del que lo contempla inspiraciones y sentimientos divinos, que nos acerquen más a Dios y a la Virgen. Hacernos perceptible y cercano lo invisible y espiritual: ésa es su misión.

¿Qué representa nuestro icono?

Es un icono representativo de la Theotokos, de la Madre de Dios con su Hijo, ya crecido, en brazos. Según el papel que ejerce la Virgen en la salvación de los hombres, se suele distinguir tres categorías de iconos marianos:

  • La Virgen que enseña el camino: “Hodigitria”
  • La Virgen de la ternura: “Eleusa”
  • La Virgen de la Pasión: “Strastnaia”

¿Quién no percibe a simple vista en nuestro icono del Perpetuo Socorro este triple mensaje?
Nos muestra el camino hacia Dios, porque María franquea la puerta al Verbo para que se haga hombre entre los hombres y realice nuestra redención y abre así a toda la humanidad la puerta de acceso a la plenitud de vida en Dios. Su mano derecha señala a Jesús a quien hemos de seguir.
Es Madre de ternura, porque su rostro y sus ojos, aunque marcados por cierta gravedad, más que tristeza, derraman bondad y ternura maternales.
Es sobre todo Virgen de la Pasión por la escena que representa: la visión de su Hijo niño, que se asusta ante los instrumentos de la Pasión que le presentan los arcángeles Miguel y Gabriel, mientras Ella amorosamente lo protege entre sus brazos. Los ángeles como “portadores de trofeos” conectan con el sentido glorioso de la Pasión.
Esta gran riqueza de contenido, convierte a nuestro icono en un pequeño tratado de Mariología, capaz de colmar tanto las exigencias de un teólogo como el sentimiento popular del pueblo sencillo.

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