Basílica de San Ignacio

Nuestra parroquia ha construido
un espacio funerario
donde acoger las cenizas
de nuestros hermanos en la Fé

Columbarios Parroquiales

 



Basílica de San Ignacio

La Basílica de San Ignacio es un interesante edificio pamplonico de estilo churrigueresco.
Donde se encuentra ahora la Basílica estaba el castillo que el rey castellano Fernando el Católico mandó construir poco después de conquistar Navarra (siglo XVI). A los pocos años de ser construido, este castillo fue asediado por los legítimos herederos al trono de Navarra en un intento que resulto fracasado de reconquistar el Reino.
En la batalla luchó, del lado del ejército castellano, el soldado guipuzcoano Íñigo de Loyola, que cayó gravemente herido defendiendo el castillo.
En el año 1927, con el fin de construir la Avenida de San Ignacio, la Basílica fue parcialmente derribada, perdiendo un tercio de su longitud, y su fachada retrasada unos metros. Al ser mutilada la Basílica, la lápida que indicaba el punto exacto donde había caído el santo tuvo que ser retirada, pues dicho punto (que hasta entonces había estado en el interior de la basílica) quedó en el exterior; en la calle. Hoy, dicho punto está indicado por esta placa metálica, que se encuentra colocada en el suelo, junto a la basílica, en mitad de la acera.

En la actualidad

Adosada en la actualidad a la moderna iglesia de San Ignacio, se conserva aún parte de la basílica que en 1694 se levantó para recordar el lugar donde San Ignacio cayera herido durante el asedio del castillo de Pamplona. El año 1927 fue derribada en parte para dar lugar al Ensanche de la ciudad. Al exterior ofrece una fachada de piedra, con puerta adintelada y dos altas ventanas terminadas en arco de medio punto, sobre las que se abren a cada lado dos óculos superpuestos y un medallón en el centro sobre la puerta. Por encima se divisa la cúpula cuadrada de ladrillo, rematada en linterna ochavada.
En el interior ha quedado reducida a un corto tramo de la desaparecida nave y al espacio que cubre la cúpula, de media naranja sin tambor. Bóveda y cúpula se cubren por yeserías barrocas. En las pechinas existen relieves con escenas de la vida del Santo. Ocupa el frente del ábside un retablo churrigueresco, con banco, cuerpo principal y ático semicircular. En la hornacina central, flanqueada por columnas, se halla la escultura del titular, talla barroca. Sendas pinturas llenan las calles laterales, con estípites en los extremos. En el ático, otro lienzo representa a la Virgen con el Niño en brazos. En los muros, algunos cuadros del siglo XVIII evocan al santo de Loyola. En el lado del evangelio, el santo orando ante la Viren de Montserrat y encima, la caía en el sitio de Pamplona. En el de la epístola, una apoteosis del santo y otro pequeño del mismo santo con armadura de guerrero.

San Igancio de Loyola

San Ignacio de Loyola centraba toda su ilusión en ser un gran militar. Había llegado a capitán del ejército imperial, pero durante su vida soldadesca llevó una vida turbia, de hombre "metido hasta los ojos en las vanidades del mundo y soldado desgarrado y vano".
Por aquel entonces, Navarra había sido atacada por las tropas de Francisco I, rey de Francia. Poco después, San Ignacio tomaba el camino de Pamplona, pues se avecinaban días de guerra y combates. Ignacio de Loyola iba a la guerra con una enorme ilusión de sueños y grandezas. Las tropas francesas atacaron duramente a Pamplona. Ignacio fue encargado de la defensa de su castillo. La batalla fue dura. San Ignacio derrochó valor y decisión. Después de seis horas de bombardeo de la artillería francesa contra el castillo, parte del muro se derrumbó y se abrió una brecha en él. La infantería francesa se dispuso al asalto del castillo. Pero San Ignacio, con gran arrojo, se puso delante de la brecha dispuesto a defenderla espada en mano y al descubierto. Pero en aquel instante una bala de cañón le cogió de lleno en una pierna y se la rompió, y en la otra le produjo varias heridas.
Caído herido San Ignacio, las fuerzas del castillo se rindieron a los franceses. Estos mismos atendieron y curaron a San Ignacio. Cuando estuvo algo mejorado de sus heridas fue llevado a la casa torre de Loyola para su total restablecimiento. El resultado de las heridas recibidas en Pamplona una de las piernas quedaba más corta que la otra. Sintió verdadero horror ante aquel defecto físico. ¿Cómo iba él a aparecer en las competiciones imperiales con aquella pierna? ¡Cuántas angustias pasó entonces San Ignacio! No se daba cuenta que el camino del dolor era, por voluntad de Dios, para bien de su alma y bien de otras muchas. Pero sus pensamientos eran entonces sueños de grandeza. Todavía no había vislumbrado los caminos misteriosos, pero admirables, de Dios.
Estando convaleciente en la casa torre de Loyola pidió que le trajeran algunos libros de caballería para poder distraerse. Y en vez de libros de caballería le entregaron una Vida de Cristo y una Vida de Santos. Empezó a leer estos libros y muy pronto, con aquella lectura, en su alma noble y sensible fue penetrando la gracia divina que fue acercándole a Dios. San Ignacio se preguntaba al leer la vida de los santos: "¿San Francisco y Santo Domingo hicieron esto? Pues yo lo tengo que hacer."
Curado San Ignacio totalmente salió de la casa torre y fue a visitar el santuario de Aránzazu. Más tarde se fue a Montserrat. Allí pidió a la Virgen le protegiera. Su vida estaba decidida: consagrarse totalmente al servicio de Dios. Se hizo sacerdote y fundó la Compañía de Jesús. La voluntad de Dios se había cumplido.
Por el misterioso camino del dolor el capitán del ejército imperial, herido en Pamplona, se convirtió en el San Ignacio de hoy.

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